domingo, 17 de octubre de 2010

Bellas Cicatrices




Haciendo un recuento de mi vida, contemplo en mi alma cicatrices, algunas profundas y otras superficiales.

Todos los seres humanos experimentamos dolor y sufrimiento, es una de las leyes de la naturaleza del ser. 

Hay quienes dejan que su alma quede tocada por las dolorosas enseñanzas de la existencia, y se vuelven víctimas de su propia historia. Navegan constantemente por su pasado recordando dolores, injusticias, sufrimientos, desamores… Todo lo que les haga revivir una y otra vez el punzante ayer, y van haciendo sus heridas aún más profundas. Comienzan por buscar la justicia a toda costa, se transforman en seres que poco a poco dejan de reconocerse en sí mismos, y deciden ver su entorno con una vista nublada por el rencor, el resentimiento y el odio.

Existen otros seres que deciden hacer de dicho dolor un aprendizaje, y transforman cada una de sus penetrantes heridas, en una medalla de valor. Perdonan y se perdonan, caminando siempre hacia adelante con el conocimiento que cada sufrimiento les otorgó. Viven felices, se entregan y se vuelven sabios de la vida. Son su propio ejemplo, y se convierten en protagonistas y héroes de su existencia. Quienes los miran creen que han recorrido un camino libre de dolor, pero si observaran con detenimiento, comprenderían que todos aquellos que respiramos… Sufrimos.

No existen dolores menores ni mayores, existen dolores propios; y lo que cada quien decida hacer con su sufrimiento individual lo hará víctima, villano o héroe. La decisión es totalmente personal, y así misma será la consecuencia.

Tú eliges si serás esclavo de tu sufrimiento, o portarás con orgullo tus bellas cicatrices.




Cada árbol nace y crece en diversas circunstancias, pero todos por igual derraman savia.

Algunos pierden sus hojas con el primer invierno, mientras que otros se levantan como tocando el cielo.

Sabio árbol que me cobijas con tu sombra, permíteme contemplar tus cicatrices, comprender la profundidad de tus raíces, y admirar la belleza de tus hojas.

Allí de pie e inamovible, enseñas al mundo a pararse erguido ante el sol y la luna. Tomas lo mejor de la lluvia, y contemplas asombrado las estrellas.

Sólo tú conoces la profundidad de la vida, pues es allí donde nutres tus raíces.

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